Anna of all the Russias Book

«¿Quién llorará ahora a esta mujer?
¿Acaso su pérdida no significa nada?
Tan sólo mi corazón no olvidará jamás
a la que dio su vida por una mirada»
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«Anna de todas las Rusias»(1889-1966), como la llamó Marina Tsvetaeva, fascinada por ella como todos cuantos la conocieron, fue una poeta rusa que en el marco del acmeísmo buscaba el reflejo de la realidad y de su mundo interior a través de objetos reales, sensaciones tangibles, lenguaje sencillo. De ahí que sus poemas sean a día de hoy aún memorizados por sus versos pegadizos que son universales ya que hablan del amor, de la muerte, de las injusticias, de las penalidades, de la amistad, por millones de rusos que siguen viendo en ella «su voz».
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Su vida fue tan convulsa como intensa. A pesar de su carácter flemático y de que la acusaran en ocasiones de arrogante y fría, lo cierto es que Ajmátova se aferró a la vida con una pasión inconmensurable. Rodeada de hombres que la acompañaron con devoción toda su vida (Gumiliov, Punin, Pasternak) y de mujeres que fueron para ella sus amigas, confidentes, hermanas (Lidia Chukovskaia, Olga Sudeikina, Anna Kamínskaia...) la vida de Anna fue de todo menos contemplativa. Su primer marido fue ejecutado, su hijo se pasó media vida de gulag en gulag (algo de lo que él culpaba su madre y marcó su compleja relación), su obra fue censurada durante años y numerosas amistades sufrieron el exilio, la persecución y la tortura. Aún así Ajmátova soportó la tristeza, la miseria y el olvido con dignidad encontrando en la poesía el clavo que la salvó de la locura y de la muerte. Isaiah Berlin dijo de ella que su coraje fue algo ejemplar para desmentir a quienes afirmaban que «los individuos no podían enfrentarse al avance de la historia».
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«La miel salvaje huele a libertad
el polvo, a rayos de sol; a violetas
la boca de una muchacha,
y el oro, a nada en absoluto.
Pero nosotros aprendimos para siempre
que la sangre tan sólo huele a sangre».
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